Cae la noche en Santiago. El tren subteráneo que cruza la ciudad se ve gris y semivacío. En una especie de toque de queda, la ciudad se entrega a elija (...)
a) maleantes; b) desencantados; c) ex cajeros del Líder; d) familiares de detenidos desaparecidos.
El once de septiembre criollo se transformó en una especie de revuelta por el modelo de mercado, pero también en una revuelta porque tenemos ganas. Fallan grotescamente quienes pretenden proyectar las penas y el sudor de Víctor y Allende con la desgracia de ayer en la noche. Como no saber que los detenidos y los torturados se olvidan rápidamente, tal como todo lo que hace que hayan neonazis en Israel persiguiendo a enfermos mentales e inmigrantes(?!).
Lo que hemos visto responde tanto más a anhelos incompletos, a pendejerías tanto de desadapatados como de bien adaptados.
De hecho, la gente no estaba precisamente contenta. Bajo una perspectiva marxista, están dormidos ¿será así?, dudoso.
Cabe preguntarse que si nuestros padres nos hubieran dado la pasada lo hubiéremos hecho todo igual, incluso asesinar a un carabinero.
¿Porqué no nos dieron el permiso?. El ambiente político no era de los mejores, la capacidad de protesta estaba mermada por la alegría de la transición, por la borrachera eterna de Viva el Lunes y de la selección de Acosta, no teníamos el precedente de dirigentes escolares, no sabíamos que podíamos hacerlo todo.
En ese ambiente parece tierno como algunos tutores y contemporáneos nuestros algunos, sueltan a sus hijos en representación de ellos, que vayan a las calles, que puedan matar al paco que ellos no mataron, que saqueen al supermercado al cual al otro día llegaré inmune a trabajar hasta las tantas, con doña Jose. Que seai lo que yo no he sido, dijo el huaso. Es la teoría del mandato en su eterno resplandor.