La política está fome, hablemos de farándula...un bodrio, también.
En verdad, Zacarach me tiene chato, sería bueno que hasta se quedara allá, que lo canjeen por un par de buenos futbolistas para la defensa de la selección y un par de cantantes de bossanova. Todo lo anterior para compensar la pérdida de haberlo dejado, en esperanza de rehabilitación, perdido en un hogar de la comuna de Santiago. De nuevo, somos víctimas de algunas malas estrategias. El (los) pobre (s) pendejo(s) ultrajado (s) por Zacarach, Paidós & friends, con el pucho en la mano y la tele con cuadritos deben mamarse ciertas explicaciones teóricas sobre el principio de inocencia.
Primero el éxtasis, luego el desencanto de la teleserie terminada.
O quizás, Rafael Alberto Maureira se fue por pazos fronterizos turbios, inhabilitados, tratando de olvidar quien era, llegó a ese poblado amistoso del Brasil y empezó a trabar amistades con el perdón y la misericordia consigo mismo. Dejó sus fantasías arrolladas en una cubrecamas de ositos, en las palabras sueltas de un notebook.
O quizás, todo esto huele a mierda y es la repetición de historias ridículas sobre el cómo administramos el terror mediático, imaginando a Zacarach en el jardinero, en el esposo de la nana, el eterno etiquetado.
Spiniak y Tocornal, Zacarach: hombres distintos, cierta indulgencia para juzgar entre nosotros lo que denominamos honorabilidad.